El reino de Aragón superó el 11 de agosto de 1136 uno de los momentos más delicados de su historia. Aquel día nació Petronila, que daba continuidad a la dinastía real iniciada por Ramiro I y que parecía agotarse con la muerte de Alfonso I el Batallador en 1134. Su hermano Ramiro tuvo que abandonar los hábitos de monje, sentarse en el trono y cumplir con la primera obligación de un rey: tener descendencia. De su unión con Inés de Poitou nació Petronila, sobre cuya frágil figura recayó el peso de la historia, las raíces del reino y el futuro de un territorio colosal, el de la Corona de Aragón. La reina de Aragón, y luego condesa de Barcelona, cumplió con éxito lo que se esperaba de ella.