Dos horas en el infierno y ocho siglos de luz.Dos fragmentos de la historia de la humanidad. El primero se celebra en 1992 durante la guerra de Bosnia, el segundo comienza en Siria, en el año 750 de nuestra era, en el momento en el que la Voz de Nabi Muhammad siembra Oriente como un polvo de estrellas. Acabará por la caída del último rey de los Moros, al otro lado del mar, con al-Andalus. ¿Qué tienen pues en común estos dos segmentos de la aventura humana?Una Torah.Encargada a un judío erudito por Al Hakam II, califa de Córdoba, e iluminada por un cristiano, la Torah será salvada dos veces de las llamas. De las de la Inquisición en primer lugar, que toca el tañido fúnebre de una de las civilizaciones más brillantes que jamás hubiera conocido Occidente desde la Grecia Antigua. Y de las de la Gran Biblioteca de Sarajevo (medio milenio más tarde), donde había llegado después de un largo viaje a través de Europa, salpicado por sangre y lágrimas.Este libro santo tiene valor de símbolo. Cristaliza la sed insaciable de la verdad, de la justicia y de la tolerancia de los príncipes omeyas, grandes constructores de templos y constructores del espíritu, locos de belleza, de conocimiento y de fe desgarradora. Hicieron de al-Andalus uno de los faros del mundo. Un viaje que exalta a través de la épica, la novelesca y lo maravilloso, desde la primera palabra hasta la última revelación, allí dónde el Nombre y el Número se reúnen y se confunden, un luminoso mensaje de amor.