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En noviembre de 1536, el gobernador de Guatemala informó, aliviado, de la muerte de Gonzalo Guerrero, el español que llevaba veinte años creando problemas a los conquistadores en las selvas del Yucatán. Todo empezó cuando una carabela naufragó al sur de Jamaica y el mar empujó a los supervivientes hacia la costa de una tierra desconocida. Nada más llegar, los náufragos fueron capturados por una partida de guerreros que sacrificó a los más fuertes en el altar de sus feroces dioses y esclavizó al resto. Ocho años más tarde, sólo dos de aquellos hombres seguían con vida: Jerónimo de Aguilar que, llegado el momento, no dudó en incorporarse al ejército de Hernán Cortés; y Gonzalo Guerrero, quien, pese a intuir su destino, decidió permanecer hasta el final al lado de aquellos que lo habían esclavizado. Desde entonces, a uno y otro lado del mar se repite la pregunta de si Gonzalo Guerrero fue un héroe o un traidor. Tal vez fuera ambas cosas, o quizás sólo un hombre capaz de mirar con otros ojos el convulso mundo que le rodeaba.
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