Insaciable seductor, amante de sus cuñadas así como de las prostitutas de las calles de San Petersburgo, su veneración por el sexo femenino le hizo multiplicar las aventuras como un santón que visitara todas las iglesias para mejor rezarle a un mismo Dios. Pero cuando su esposa se presta a los juegos eróticos del Zar y se d eja seducir por el joven y apuesto barón francés D’Anthès y Pushkin, presa de los celos, lo reta en duelo, estará buscándose su propia pérdida